REZA Y COMPARTE
PRESENCIA DE PADRE
GUÍA: Aquí estamos, Señor. Ante ti, estamos
reconociendo tu presencia y tu gracia, tu voluntad de salvación. Estamos
confiados en tu amor, en el regalo de la vida. Agradecemos tu presencia de
Padre, siempre cercano. Agradecemos, Jesús, tu presencia redentora, hermano en
medio de la humanidad.
Agradecemos tu presencia, Espíritu Santo, dador
de vida nueva y santificador. SILENCIO DE PRESENCIA, ACCIÓN DE GRACIAS Y DE
FRATERNIDAD.
Del libro de la Sabiduría (1,13-15;2,23-24):
Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.
Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.
GUÍA: Dios
hizo al hombre … imagen de su misma naturaleza., dice el libro de la Sabiduría.
Sentimos nuestro ser humano que tiende a Dios. También sentimos esa parte del
mal, que se nos pega en lo que hacemos lejos de Dios. La elección entre el bien
y el mal, se nos presenta cada día.
Líbranos
del mal, dice Jesús en el Padre nuestro. Confiamos en Dios y le pedimos su
presencia frente a todo mal. SILENCIO DE RECONOCIMIENTO, PERDÓN, CONFIANZA.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(8,7.9.13-15):
Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.»
GUÍA: Distinguíos ahora por vuestra generosidad. Sobresalís en la fe, en la palabra y más cosas. Que vuestro bienes se nivelen con otros. Y que los suyos se nivelen con los vuestros. Todos aportamos algo para una sociedad Más justa y solidaria. El bien se comunica y también la abundancia, la generosidad. SILENCIO DE EXAMEN PERSONAL Y DE LA REALIDAD QUE NOS RODEA, SILENCIO PARA LA SOLIDARIDAD.
Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.»
GUÍA: Distinguíos ahora por vuestra generosidad. Sobresalís en la fe, en la palabra y más cosas. Que vuestro bienes se nivelen con otros. Y que los suyos se nivelen con los vuestros. Todos aportamos algo para una sociedad Más justa y solidaria. El bien se comunica y también la abundancia, la generosidad. SILENCIO DE EXAMEN PERSONAL Y DE LA REALIDAD QUE NOS RODEA, SILENCIO PARA LA SOLIDARIDAD.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
(5,21-43):
En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿quién me ha tocado?"»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿quién me ha tocado?"»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
GUÍA: Ven, pon tus manos sobre ella para que se cure y viva. Con esta frase, invocamos la curación de Jesús, como aquel hombre para su hija. ¿Qué pedimos nosotros?
Curación, vida, dio Jesús entonces. Hoy nos lo da por la fe y por la
Eucaristía. Ampliamos nuestra oración y confianza en Jesús. Acojamos su don en
la Palabra. Recibámoslo en la Eucaristía. Es fuerza para el camino,acción de gracias por tanta presencia. ¿Cómo lo aceptamos? SILENCIO DE FE, PETICIÓN, ACOGIDA,
AGRADECIMIENTO
CONFIAMOS,
PEDIMOS, ESPERAMOS. OFRECEMOS
INVOCAMOS
A MARIA NUESTRA MADRE
NOS
DIRIGIMOS AL PADRE CON LAS PALABRAS DE JESÚS: PADRE NUESTRO
CANTAMOS
Ante ti, Señor
Ante ti, Señor (Ante ti, Señor)
Mi alma levantaré (Mi alma levantaré) (bis)
Oh mi Dios (Oh mi Dios)
confío en ti (confío en ti).
YO TE ALABO, SEÑOR,
YO TE ADORO, SEÑOR,
OH MI DIOS. (BIS)
Guíame, Señor (Guíame, Señor)
Y guarda mi alma (Y guarda mi alma) (bis)
Oh mi Dios (Oh mi Dios)
confío en ti (confío en ti).
Líbrame, Señor (Líbrame, Señor)
de todo peligro (de todo peligro) (bis)
Oh mi Dios (Oh mi Dios)
confío en ti (confío en ti).
que pueda adorarte (que pueda adorarte) (bis)
Oh mi Dios (Oh mi Dios)
confío en ti (confío en ti).