El Papa
Francisco avanza en su reflexión y exposición sobre la familia.
La
libertad para elegir permite proyectar la propia vida y cultivar lo mejor de
uno mismo, pero si no tiene objetivos nobles y disciplina personal, degenera en
una incapacidad de donarse generosamente.
REALIDAD Y DESAFÍOS DE LAS FAMILIAS
31. El
bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son
incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia,
sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano prestar atención a la
realidad concreta, porque «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo
resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia», a través de los
cuales «la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del
inagotable misterio del matrimonio y de la familia»[8].
No pretendo presentar aquí todo lo que podría decirse sobre los diversos temas
relacionados con la familia en el contexto actual. Pero, dado que los Padres
sinodales han dirigido una mirada a la realidad de las familias de todo el
mundo, considero adecuado recoger algunos de sus aportes pastorales, agregando
otras preocupaciones que provienen de mi propia mirada.
32.
«Fieles a las enseñanzas de Cristo miramos la realidad de la familia hoy en
toda su complejidad, en sus luces y sombras [...] El cambio antropológico-cultural
hoy influye en todos los aspectos de la vida y requiere un enfoque analítico y
diversificado»[9].
En el contexto de varias décadas atrás, los Obispos de España ya reconocían una
realidad doméstica con más espacios de libertad, «con un reparto equitativo de
cargas, responsabilidades y tareas [...] Al valorar más la comunicación personal
entre los esposos, se contribuye a humanizar toda la convivencia familiar [...]
Ni la sociedad en que vivimos ni aquella hacia la que caminamos permiten la
pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado»[10].
Pero «somos conscientes de la dirección que están tomando los cambios
antropológico-culturales, en razón de los cuales los individuos son menos
apoyados que en el pasado por las estructuras sociales en su vida afectiva y
familiar»[11].

34. Si
estos riesgos se trasladan al modo de entender la familia, esta puede
convertirse en un lugar de paso, al que uno acude cuando le parece conveniente
para sí mismo, o donde uno va a reclamar derechos, mientras los vínculos quedan
abandonados a la precariedad voluble de los deseos y las circunstancias. En el
fondo, hoy es fácil confundir la genuina libertad con la idea de que cada uno
juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades,
valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa
debiera permitirse. En ese contexto, el ideal matrimonial, con un compromiso de
exclusividad y de estabilidad, termina siendo arrasado por las conveniencias
circunstanciales o por los caprichos de la sensibilidad. Se teme la soledad, se
desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el
temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las
aspiraciones personales.
35. Los
cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no
contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de
inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo
de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido
quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos
cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la
autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en
presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la
familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la
gracia que Dios les ofrece.
36. Al
mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces
nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a
las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos
corresponde una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con
frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el
llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un
acento casi excluyente en el deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un
buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años, con
propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes
más concretas. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio
demasiado abstracto, casi artificiósamente construido, lejano de la situación
concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta
idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la
gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo
lo contrario.
37.
Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales,
bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos
suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y
llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar
al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como
un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la
conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al
Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento
ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar
las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.
UNAS FRASES
«las exigencias y llamadas del Espíritu
Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia»,
recoger algunos de sus
aportes pastorales, agregando otras preocupaciones que provienen de mi propia
mirada.
«Fieles a las enseñanzas de Cristo miramos la
realidad de la familia hoy en toda su complejidad, en sus luces y sombras"

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