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Nuestro
amor cotidiano
90. En el así llamado himno de la caridad escrito por san Pablo, vemos algunas
características del amor verdadero:
«El amor es paciente,
es servicial; el amor no tiene envidia,
no hace alarde, no es arrogante,
no obra con dureza, no busca su propio interés,
no se irrita, no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).
es servicial; el amor no tiene envidia,
no hace alarde, no es arrogante,
no obra con dureza, no busca su propio interés,
no se irrita, no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).
Esto se vive y se
cultiva en medio de la vida que comparten todos los días los esposos,
entre sí y con sus hijos. Por eso es valioso detenerse a precisar el sentido de
las expresiones de este texto, para intentar una aplicación a la existencia
concreta de cada familia.
91. La primera expresión utilizada es makrothymei. La
traducción no es simplemente que «todo lo soporta», porque esa idea está
expresada al final del v. 7. El sentido se toma de la traducción griega del
Antiguo Testamento, donde dice que Dios es «lento a la ira» (Ex 34,6; Nm 14,18).
Se muestra cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita
agredir. Es una cualidad del Dios de la Alianza que convoca a su imitación
también dentro de la vida familiar. Los textos en los que Pablo usa este
término se deben leer con el trasfondo del Libro de la Sabiduría
(cf. 11,23; 12,2.15-18); al mismo tiempo que se alaba la moderación de Dios para dar espacio al
arrepentimiento, se insiste en su poder que se manifiesta cuando actúa con
misericordia. La paciencia
de Dios es ejercicio de la misericordia con el pecador y manifiesta el
verdadero poder.
92. Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o
tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos
que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando
nos colocamos en el centro
y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos
impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. Si no cultivamos la
paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos
convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de
postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla. Por eso,
la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y
toda la maldad» (Ef 4,31). Esta paciencia se afianza cuando
reconozco que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí,
así como es. No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me
molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba.
El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al
otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo
que yo desearía.
93. Sigue la palabra jrestéuetai, que es única en
toda la Biblia, derivada de jrestós (persona
buena, que muestra su bondad en sus obras). Pero, por el lugar en que está, en
estricto paralelismo con el verbo precedente, es un complemento suyo. Así, Pablo
quiere aclarar que la «paciencia» nombrada en primer lugar no es una postura
totalmente pasiva, sino que está acompañada por una actividad, por una reacción
dinámica y creativa ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso
se traduce como «servicial».
94. En todo el texto se ve que Pablo quiere insistir en que el amor
no es sólo un sentimiento, sino que se debe entender en el sentido que tiene el
verbo «amar» en hebreo: es «hacer el bien». Como decía san Ignacio de Loyola, «el amor se debe poner más en
las obras que en las palabras»[106].
Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad
de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin
reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir.
95. Luego se rechaza como contraria al amor una actitud expresada
como zeloi (celos, envidia). Significa que en el amor no hay lugar para sentir
malestar por el bien de otro (cf. Hch 7,9; 17,5). La
envidia es una tristeza por el bien ajeno, que muestra que no nos interesa la
felicidad de los demás, ya que estamos exclusivamente concentrados en el propio
bienestar. Mientras el amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia nos
lleva a centrarnos en el propio yo. El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una
amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia. Acepta que cada uno
tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida. Entonces, procura
descubrir su propio camino para ser feliz, dejando que los demás encuentren el
suyo.
96. En definitiva, se trata de cumplir aquello que pedían los dos
últimos mandamientos de la Ley de Dios: «No codiciarás los bienes de tu
prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni
su buey, ni su asno, ni nada que sea de él» (Ex20,17). El amor nos lleva a una sentida
valoración de cada ser humano, reconociendo su derecho a la felicidad.
Amo a esa persona, la miro con la mirada de Dios Padre, que nos regala todo
«para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17), y entonces acepto en mi
interior que pueda disfrutar de un buen momento. Esta misma raíz del amor, en
todo caso, es lo que me lleva a rechazar la injusticia de que algunos tengan
demasiado y otros no tengan nada, o lo que me mueve a buscar que también los
descartables de la sociedad puedan vivir un poco de alegría. Pero eso no es
envidia, sino deseos de equidad.
ACCIÓN:
· Lee cada párrafo.
· ¿Qué frases subrayarías? ¿Por qué te fijas
más en ellas?
· Comenta y confronta tu pensamiento, el de
tus amigos, la sociedad, la Iglesia.
· ¿Alguna conclusión o propuesta?
· Comenta una frase en el recuadro de abajo.
¡Buen trabajo!