REZA
Y COMPARTE
ENVÍO
A MI MENSAJERO
GUÍA
DE ORACIÓN 02-02-20
GUÍA: En
esta oración nos fijamos en la frase: “Yo envío a mi mensajero”. Nos sentimos ante él
y acogemos su presencia. El Padre lo envía y nosotros aceptamos su venida.
Padre, haznos capaces de comprender tu llegada y cumplir tu voluntad. Acerca
nuestro corazón a tu luz y derrámala sobre nosotros y nuestra oración. SILENCIO DE ACOGIDA, DE PRESENCIA Y DE
ÁNIMO.
Del
libro de Malaquías (3,1-4):
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»
GUÍA: Envío
a mi mensajero…será como fuego … lejía purificadora. Refinará a los hijos de
Leví. Somos pobres, necesitamos tu
misericordia. Límpianos de todo pecado,
sana nuestro corazón. Sólo tú puedes ofrecer una ofrenda digna para Dios. Nos
unimos a tu pureza para que todo quede limpio ante ti. Líbranos de mal. SILENCIO
DE RECONOCIMIENTO, DE ADHESIÓN, DE PERDÓN.
De la carta
a los Hebreos (2,14-18):
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
GUÍA: Hijos de la misma familia. Jesús participa de
ella, somos hermanos. Tenía que parecerse a nosotros y ser fiel a Dios. Expía
los pecados del pueblo. Nos libera de toda esclavitud. Estamos en tus manos,
confiamos en ti. Agradecemos tu entrega al Padre y a nosotros. SILENCIO DE LIBERACIÓN, AGRADECIMIENTO,
PERDÓN.
Del
santo evangelio según san Lucas (2,22-40):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
GUÍA: Presentación de Jesús en el
templo. Mis ojos han visto a tu salvador. Simeón lo sabe. Luz para alumbrar a
todos los pueblos. Contemplamos la escena: El don de Dios a la humanidad y el
don de Jesús al Padre. Gloria a Dios en el cielo y gloria a Dios en la tierra. SILENCIO DE ADORACIÓN, CONFIANZA,
AGRADECIMIENTO.
RECOGEMOS
NUESTRA ORACIÓN, UNA FRASE PARA REPETIR Y HACER
NUESTRA.
PRESENCIA,
CONFIANZA, PURIFICACIÓN, PERDÓN.
INVOCAMOS
A MARÍA, NUESTRA MADRE Y MAESTRA.
NOS
DIRIGIMOS AL PADRE CON JESÚS: PADRE
NUESTRO.
CANTAMOS:
Cantando la alegría de vivir/lleguemos a la Casa del
Señor;
marchando todos juntos como hermanos,/andemos los caminos hacia Dios.
marchando todos juntos como hermanos,/andemos los caminos hacia Dios.
Venid, entremos todos dando gracias./ Venid, cantemos
todos al Señor.
Gritemos a la roca que nos salva./ Cantemos la alabanza a nuestro Dios.
Gritemos a la roca que nos salva./ Cantemos la alabanza a nuestro Dios.
Cantando la alegría de vivir…
La paz del Señor sea con nosotros, la paz que llena sola el corazón,
la paz de estar unidos como hermanos, la paz que nos promete nuestro Dios.
Cantando la alegría de vivir…
Entremos por las puertas dando gracias./Pidamos al
Señor también perdón:
perdón por nuestra falta a los hermanos,/perdón por nuestro pobre corazón.
perdón por nuestra falta a los hermanos,/perdón por nuestro pobre corazón.
Cantando la alegría de vivir…
Sabed que Dios nos hizo y somos suyos./Sabed que el
Señor es nuestro Dios.
Nosotros somos pueblo y las ovejas,/ovejas del rebaño del Señor.
Nosotros somos pueblo y las ovejas,/ovejas del rebaño del Señor.
Cantando la alegría de vivir…
"Envío a mi mensajero" Oración sobre los textos de la presentación de Jesús en el templo. Nos unimos a aquella presentación y hacemos la nuestra, como ofrenda al Padre Dios. Unidos en la oración elevamos nuestras manos y nuestro corazón.
ResponderEliminarEl sábado 1 Febrero, Evento Oración Grupo Reza y Comparte en Facebook, de 11:30 a 12:30.
Evento Virtual: Oración Grupo Reza y Comparte Juvenil en Facebook, de 12:30 a 13:30. Ánimate a asistir. Invita a tus amigos/as.
"agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén," Ofrenda de Jesús al Padre Dios. Nos unimos a ella e invocamos su bondad para la humanidad doliente, fortaleza y paz.
ResponderEliminar"mis ojos han visto a tu Salvador"Simeón lo proclama dando gracias a Dios y alabando el cumplimiento de la promesa para su pueblo, en el Niño Jesús. Agradecemos con él tan gran cumplimiento para todos nosotros y para toda la humanidad. Feliz día.
ResponderEliminar"La paz del Señor sea con nosotros, la paz que llena sola el corazón," Nos deseamos la paz. Tos estamos deseosos de gozarla. Que la repartamos allí donde estamos.
ResponderEliminar"el Espíritu Santo moraba en él." El Espíritu Santo mora en nosotros por el Bautismo. La oración, la Eucaristía, las buenas obras, la Palabra de Dios, un rato de silencio invocándole, nos ayudan a tomar conciencia de él. Muchas posibilidades, para hacerle presente. Nos unimos a él.
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