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ENVÍO A
MI MENSAJERO
GUÍA DE
ORACIÓN 02-02-25, Presentación del Señor
GUÍA: Estamos en la Presentación del Señor
en el templo. Jesús presentado al Padre. Un acontecimiento en la historia del
Hijo de Dios. María y José se lo presentan al Padre y el Padre lo acepta.
Visualizamos el hecho y admiramos la gloria de Dios manifestada en su Hijo.
SILENCIO DE INTERIORIZACIÓN, DE ADORACIÓN Y DE DOCILIDAD.
Lectura
del libro de Malaquías (3,1-4):
Así dice el
Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De
pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero
de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los
ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie
cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará
como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos
de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al
Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los
años antiguos.»
GUÍA: Jesús presentado en el templo es el
mensajero del Padre. Es manifestación de la gloria del Padre. Agradará al Padre
y nos une a su ofrenda. Con María y José elevamos nuestra ofrenda con él, por toda la humanidad y con amor
siempre nuevo. SILENCIO DE ADMIRACIÓN, DE ALABANZA, DE GLORIA.
Sal 23
R/. El
Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es
ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R/.
¡Portones!,
alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es
ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R/.
Lectura
de la carta a los Hebreos (2,14-18):
Los hijos de
una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre
participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la
muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte
pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de
Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos,
para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar
así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede
auxiliar a los que ahora pasan por ella.
GUÍA: De nuestra carne y sangre participó
Jesús. En cuerpo como el nuestro es ofrecido al Padre por toda la humanidad.
Unido a ella da gloria y apoya a los hermanos caídos. Gracias, Jesús en tu
Presentación y la consecución de tu ofrenda. SILENCIO DE DESCUBRIMIENTO, DE
COMPRENSIÓN, DE GLORIA.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (2,22-40):
Cuando llegó
el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo
llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en
la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para
entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y
piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él.
Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de
ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto
por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para
que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así
quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará
el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una
mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda
hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a
Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios
y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y,
cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se
llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
GUÍA: Simeón y Ana alaban al niño y
glorifican a Dios por él. Será bandera discutida. Lo interiorizamos y nos
ponemos de su parte para cantar con él la gloria del Padre. Concédenos ojos
limpios para ver tu verdad y anunciarla a otros. Oramos en silencio.
SILENCIO DE CONOCIMIENTO, DE PUREZA, DE ANUNCIO.
HACEMOS SÍNTESIS DE LO ESCUCHADO Y ORADO. AGRADECEMOS SU
PRESENCIA Y PALABRA.
PEDIMOS A MARÍA QUE ACOMPAÑE EL CAMINO DEL ADVIENTO Y NOS
FORTALEZCA EN LA FE.
NOS DIRIGIMOS AL PADRE CON LA ORACIÓN DE JESÚS: PADRE
NUESTRO.
CANTAMOS:
VERSO
Quiero levantar a Ti mis manos, Maravilloso Jesús, milagroso Señor
Llena este lugar de Tu presencia, Y haz descender Tu poder
B/D#
A los que estamos aquí
VERSO
PreCORO
Recibe toda la gloria, Recibe toda la honra, Precioso Hijo de Dios
VERSO, PreCORO, CORO